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Honrar a las muertas es feminista

Los feminismos no prometen una reparación. Ofrecen algo más radical: convertir la fractura en un lugar de alianza y de pensamiento. Porque si algo ha sostenido históricamente a los feminismos es la potencia política de lo roto, la erótica de quienes han sido desposeídas de la promesa de una vida «normal» y, precisamente por eso, inventan alianzas impuras, afectos indisciplinados y modos de existencia que desobedecen la lógica del éxito y de la normalidad.

Comunidad Ángelo Néstore
Comunidad Ángelo Néstore

Si, como dijo Sara Ahmed, citar es memoria feminista, entonces inscribirse en los feminismos es la cita primordial. La cita que reconoce a los cuerpos (en su mayoría mujeres racializadas, personas trans, pobres) que pusieron la vida para que hoy quienes habitamos las disidencias podamos levantar la voz. Honrar a las muertas y a su memoria es la cita definitiva.

Miro a mi alrededor y leo que en Murcia han detenido a un cirujano por violar a una paciente anestesiada en un quirófano, el espacio que debería encarnar el máximo pacto de cuidado. Cuento ocho mujeres asesinadas en poco más de dos semanas por violencia machista en España. Veo cómo la ultraderecha vuelve a ganar elecciones en Chile con la memoria de la dictadura todavía caliente.

Y, aun así, hay quien decide,como Juan Soto Ivars, poner el foco del discurso con su libro en el 0,0082% de denuncias falsas. Hay quien, como Rosalía, con un altavoz enorme, prefiere no llamarse feminista porque no se siente «suficientemente perfecta» para habitar un ismo.

Pero el feminismo no nació para los cuerpos intactos ni para la perfección. Nació para los rotos. Frente al discurso que dice «no soy lo suficientemente perfecta para llamarme feminista», conviene recordar que la perfección es una ficción patriarcal, un dispositivo de exclusión que decide quién merece hablar y quién debe callar. Los feminismos no apelan a la pureza, apelan a los cuerpos cansados, violentados, precarizados y expulsados del relato hegemónico. Lejos de sentirse un sujeto moralmente impecable, las feministas hemos sabido reorganizarnos en comunidades de afecto donde reconocer que nuestros daños son, en su gran mayoría, estructurales.

Los feminismos no prometen una reparación. Ofrecen algo más radical: convertir la fractura en un lugar de alianza y de pensamiento. Porque si algo ha sostenido históricamente a los feminismos es la potencia política de lo roto, la erótica de quienes han sido desposeídas de la promesa de una vida «normal» y, precisamente por eso, inventan alianzas impuras, afectos indisciplinados y modos de existencia que desobedecen la lógica del éxito y de la normalidad.

Ahí donde el sistema ve fallo o tristeza, los feminismos reconocen un archivo político: una genealogía escrita por mujeres cis y trans, racializadas, pobres, migrantes, trabajadoras sexuales, disidentes sexuales y de género. Cuerpos que el sistema patriarcal consideró sacrificables. Cuerpos que, aun así, lucharon por la libertad y los derechos de todes.

Es triste tener que recordar, a estas alturas, que los derechos que sostienen los feminismos son derechos humanos. Y que respetarlos es una responsabilidad ética y política.

Quizás no nos quede claro, pero estamos ante una estructura de muerte que se llama patriarcado. Y frente a una estructura de muerte, la tibieza nunca es neutral. La tibieza es cómplice. Convierte el machismo en una idea abstracta, en una tradición discutible.

Por eso, cada vez que alguien relativiza la violencia machista o convierte el feminismo en una opción estética está contribuyendo a normalizar esa violencia. Está enseñando, sobre todo a quienes vienen detrás, que el machismo es una opinión más. Algo negociable. Algo matizable.

Pero por ahí no. Hay una línea que no se cruza. Cualquier postura que condena a ciertos cuerpos a una vida invivible, o directamente a la muerte me repulsa.

Declararse feminista hoy es decir con claridad que estas vidas importan. Que estas muertes importan. No hacerlo es pisotear la memoria de quienes hicieron posible que hoy tengamos palabras, derechos y herramientas para defendernos.

Honrar a las muertas es feminista porque el feminismo es, ante todo, una política de la memoria y del cuidado. Por eso yo me digo feminista. Y lo repito tres veces, como en un conjuro: feminista, feminista, feminista. A ver si pasa algo.

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