«Todo tiempo pasado fue mejor». Esta frase, tan manida, no es la que dirían Federico Armenteros o Mili Hernández, defensores de los derechos LGTBI en España. Armenteros, presidente de la Fundación 26D, que vela por las personas mayores del colectivo, ahora se ve «muy bien»: «Soy yo mismo, he encontrado mi sitio en esta sociedad, esta sociedad también es mía». Hernández, cofundadora de la librería Berkana, referente español en literatura LGTBI, se siente «pletórica»: ya no todo gira en sus planteamientos como «mujer lesbiana» en su faceta de «activista, librera y editora».
El Barómetro de junio de 2025, a propósito de los 20 años en este avance respecto al matrimonio homosexual, muestra que la mayoría de los españoles lo ven una opción como cualquier otra. Se sabe ahora que el 87,2% de los españoles responde «Sí» a que «el matrimonio igualitario ha sido un paso en la consecución de los derechos de las personas LGTBI+» y que entre el 70% y 80% valora este avance como ‘pionero’, ‘conquista positiva’ y de ‘protección’ para el colectivo, frente al 2,2% que no ve en la ley ninguna consecuencia más allá.
«Mi sexualidad ya no es el mayor problema, pero durante años sí que lo fue», expresa Hernández. Para entender la dimensión de las cifras del último estudio del CIS hay que viajar en el tiempo, pero no tanto: el 26 de diciembre de 1978, una modificación de la ley de peligrosidad social del franquismo marcó el fin de la persecución legal de la homosexualidad en España. Aquella norma de 1970, ya al final de la dictadura, heredera de la ley de vagos y maleantes, establecía en su artículo segundo que serían declarados en «estado peligroso» los «vagos habituales» y «los que realicen actos de homosexualidad». El CIS legitimaba este escarnio: hace 57 años, en 1968, los entrevistados debían mostrar su grado de conformidad con la homosexualidad, nombrada por primera vez en las encuestas. Solo un 27% mostró su desacuerdo con la idea de que «los homosexuales se diferencian bien poco de los criminales y deberían ser tratados como ellos».
Para Armenteros, este fue el golpe que demostró que la sociedad «nos había apartado, sin ninguna base científica, por una cuestión más moral». Y para él, «eso caló», con la Iglesia y la medicina psiquiátrica –«que quería tener algo donde agarrarse con el psicoanálisis»– como sus máximos opositores. «Teníamos tres cuestiones encima: pecadores, enfermos y delincuentes», resume el presidente de la Fundación 26D. Tras el fin de esta ley, en 1980, la encuesta del CIS dirigida solo a psiquiatras mostraba que más de la mitad lo veía como «una patología que hay que tratar», cuando a la vez la consideraban una opción como otra y no perseguible.
«Cuando supe que era diferente, y veía una España muy en blanco y negro, decidí que quería encontrar otros espacios y me fui a Londres y a Nueva York», cuenta Hernández de su experiencia. Fue a miles de kilómetros donde tuvo que encontrar las librerías Gay’s the Word y Oscar Wilde, que le abrirían a su realidad: «Todos esos libros me salaron la vida, me ayudaron a deconstruir como mujer heterosexual y a construirme como mujer lesbiana». Pero Armenteros en ese momento buscaba la huida en una vida que no era la suya: «¿Cómo respondí? Con una homofobia interiorizada. ‘Yo no soy enfermo porque yo no me considero enfermo’, pero la sociedad sí me consideraba enfermo».
Recuerda entonces el contrato en una congregación religiosa que le sirvió de escape, «auxiliar puericultor de subnormales profundos», otra prueba de menosprecio a lo que salía de la norma: «Al ver que tenía un ‘plumerío’ terrorífico, me propusieron hacerme religioso». En su cabeza estaba la idea de ‘si me meto a cura, va a acabar todo’ ante el machaque de todas las veces que le preguntaban adrede por sus novias. Y la calma nunca llegó: «Las congregaciones nos dijeron a todos los que teníamos pluma que no teníamos vocación», según él como cortina de humo de Juan Pablo II para excusarse de los casos de pederastia que salpicaban entonces a la Iglesia.
Hay que esperar a 1984 para la siguiente cuestión directa sobre este tema en el CIS. Los encuestados debían valorar como «conducta normal» o no el hecho de «tener relaciones homosexuales». Es aquí donde encontramos la huella en democracia de las leyes del franquismo, con una tercera parte que buscaba condenarla frente a un 20% que la veía como una opción igual que otra. El silencio del resto (NS/NC), también hacía ruido: no se decantaban por la opción más negativa, pero tampoco por la más positiva.
Así ha cambiado la percepción a lo largo del tiempo
Armenteros seguía buscando respuestas en un mundo ajeno a él. «Estaba en una discoteca y una monitora se acercó a mí, me chupó el cuello y me empalmé», relata de estos tiempos. «¿Ves? Me he curado», asoció a ese vaivén hormonal de sus 18-19 años. El presidente de la Fundación 26D, convencido de que también era parte de la norma, formó una familia tradicional, pero se equivocó: «Si todo lo que me ha pedido esta sociedad lo he hecho y no soy feliz, algo está pasando: me he casado, tengo una hija, tengo coche, tengo trabajo, tengo piso, ¿pero dónde estoy yo que no soy feliz y creo que me falta algo?».
Entretanto, se sucederían las respuestas negativas sobre la homosexualidad también en las encuestas de los 80 y los 90, más el estigma del VIH, referida directamente como «el SIDA» en el CIS, que de nuevo colocaba la homosexualidad en el ojo del huracán mientras dejaba exentas de este problema a las relaciones heterosexuales. «En ese momento se le dio mucho bombo al tema más espiritual de ‘¿ves cómo dios castiga a esos viciosos?’ Aunque lo hemos quitado de enfermedad mental pero son viciosos, son malos, cuando el afectaba a todo el mundo que tuviera enfermedades sin protección», relata Armenteros.

En estos años, los protagonistas de este reportaje tomaron las riendas de sus caminos: en 1993, Hernández llegó «empoderada» de su travesía internacional y fundó la librería LGTBI Berkana, pese a que no fue fácil: «Lo que encontré es que no había libros y tampoco las personas LGTB no se atrevían a entrar en la librería, porque la mayoría estaba en el armario», con temores entre los que estaba «el miedo a uno mismo, a su propia homofobia interiorizada». De ella se quería librar Armenteros, y se formó como educador sexual: «El conocimiento me iba a traer la explicación de quién era yo, y me di cuenta de que soy maricón». Los psicólogos a los que pidió ayuda sí entendían la diversidad.
Para Armenteros, había quedado un «silencio» y «homofobia social» como un quiste del franquismo, que no disiparía la eliminación de la homosexualidad como enfermedad, y esto hizo que la puesta sobre la mesa del matrimonio homosexual llegase aún con una gran parte de la población homófoba. «Vamos a ser visibles, porque la realidad se construye desde la visibilidad. Cuando haces más común una diversidad, y la conoces, y convives con esa diversidad dices es que nos han engañado desde pequeñitos», reivindicó.

La Ley del matrimonio igualitario, aprobada el 30 de junio de 2005 (y en vigor tres días después), supuso un antes y un después en la política y en la vida social española. Quienes entonces defendieron esta ley, la presentaban como una cuestión de justicia e igualdad. El objetivo siempre fue extender a todos los ciudadanos, sin distinción de orientación sexual, los mismos derechos civiles, incluido el acceso al matrimonio y, aunque muchos lo olviden, a la adopción. Por eso para Hernández «tener un proyecto de vida en común con mi pareja era importante plasmarlo en un papelito», pero más lo era para ella la equiparación social al resto de personas: «Todos los derechos que hemos pedido no han sido un capricho, sino una necesidad para tener una vida lo más fácil posible».
Hace veinte años, las organizaciones políticas y religiosas ligadas a la derecha se opusieron con firmeza, argumentando que el matrimonio debía reservarse para la unión entre un hombre y una mujer, y que permitir la adopción a parejas homosexuales ponía en riesgo el «bienestar de los menores». Durante semanas, miles de personas salieron a la calle en manifestaciones convocadas por el Foro de la Familia. En paralelo, se planteaban alternativas legales, como las uniones civiles, que evitaban redefinir ese concepto tradicional de matrimonio. El CIS mostraba esa masa en contra de esta ley, más aún cuando se trataba de adoptar niños.
Años más tarde, muchas de estas voces reconocerían que oponerse a este derecho fue un error histórico, sobre todo después de que la sociedad avanzara tan rápidamente en muy poco tiempo. Entre ellas la de Armenteros: «Afortunadamente me equivoqué y ganó el matrimonio igualitario, porque nos habían transmitido que el matrimonio era un ministerio de la Iglesia». Para Hernández fue una sorpresa porque ni Inglaterra ni Estados Unidos, sus referentes, habían llegado a tanto: «Lo que tú ves es un gran orgullo porque ves un país que había sido capaz de venir del blanco y negro al color, un orgullo de ver que España era pionera en algunas cosas». De hecho, su historia de Berkana no se puede contar sin mencionar a Mar de Griñó, su mujer: «Vivimos en pareja mucho tiempo, nos hicimos pareja de hecho cuando se aprobó en Madrid, nos casamos y lo vivimos tan normalmente, aunque no me gusta esa palabra».

De aquellos años se recuerdan este tipo de frases: «Está bien que se casen, aunque la adopción no. Un niño necesita un padre y una madre». Pero pese a las diferencias, la tendencia en el CIS era clara: la sociedad española se estaba moviendo hacia una mayor aceptación de los derechos LGTBI. Sus encuestas encontraron cada vez más personas que acogían esta realidad. «La pérdida del miedo y que la gente no se tenga que esconder es el mayor logro que hemos conseguido en España en materia de derechos LGTB», reconoce la fundadora de Berkana.
No solo hay un cambio en la visión de los encuestados, también en la manera de formular las preguntas. Los siguientes años el CIS rebajó el tono al malestar y al desacuerdo, sin dar manga ancha a los términos peyorativos de antaño. También empezó a preguntar desde otro enfoque: la «condición sexual» del propio entrevistado. Y dejó de ser el tabú de las encuestas de la juventud y un tema para cuestionar a nivel nacional. «Nuestra identidad se ha diluido dentro de todo lo que es la sociedad española, no estoy todo el día pensando que soy lesbiana, es la gran victoria», reflexiona Hernández.
«Se necesitan referentes, yo tengo que ser referente. No quería el armario, yo lo quemé», explica Armenteros. Un tránsito que haría como monitor de infancia en un centro de menores. «Qué suerte tienes, te ha tocado el director maricón», les decía a los chavales para hacerles “entender que la diversidad les enriquecía”. Y no se andaría con medias tintas para reivindicar su condición: «Me decían ‘¿tú eres gay?’, y les decía ‘yo no soy gay, soy maricón’». He aquí su reapropiación de este insulto como seña de identidad: «¿A mí qué me han dicho de pequeño? Pues lo recojo y os jodéis». Un orgullo que llegaría a las personas de más edad cuando la activista Boti García Rodrigo le dijo «tú deja la educación y dedícate a los mayores».
La situación actual
Las últimas encuestas del INE muestran que rechazar el matrimonio homosexual es ahora la excepción. No obstante, tragedias como el asesinato de Samuel Luiz, para la que el Tribunal del Jurado en la sentencia entendió la «animadversión hacia la condición homosexual que le atribuyó» la parte atacante, recuerdan que no se ha llegado al 100%. «Todos los países, no solo España, tiene gente imbécil que no tolera a los demás», afirma Hernández. «Eso no quita que haya algunas personas que lo viven muy mal porque no toda la sociedad es tolerante, que no todas las familias son igual y que a pesar de toda la información haya algunas minorías que no lo tengan fácil», matiza.
De hecho, en el informe ‘Estado del Odio: Estado LGTBI+ 2025’, la Federación Estatal LGTBI+ puso cifras y contexto a la violencia hacia las personas LGTBI+, ‘sistémica’ y «alimentada por discursos de odio, polarización política y una espera institucional aún insuficiente». Dos de cada diez personas LGTBI+ (20,3 %), no solo homosexuales, sufrió acoso por insultos, aislamiento social o coacciones en entornos digitales. La discriminación (en ámbitos como empleo, servicios o vivienda) alcanza a una cuarta parte, y las agresiones físicas o verbales pasaron del 6,80% al 16,25% en un año. «Este repunte de la violencia no es una realidad aislada», añadían desde el organismo. De este aumento de los delitos de odio, presente en las estadísticas europeas y los datos del Ministerio, hay una doble lectura: también son más quienes se atreven a denunciarlo.
Armenteros, ya como ejemplo a seguir, ha aparecido en las producciones LGTBI de ‘Mariliendre’, ‘Vestidas de Azul’ y ‘Drag Race España’ y puede ir con su marido y darle «un beso en los morros en cualquier sitio». Y como presidente de la Fundación 26D, busca dar esa libertad a las personas mayores ocultos “en las partes más oscuras” que preferían «volver al armario, suicidarse o morir» a través de una alternativa residencial con «personas formadas en diversidad». Hernández también dejará un legado a través de la librería, lugar habitual para grupos de cualquier orientación sexual, identidad de género y también edad. «Las personas mayores se han fortalecido, para aquellas de mi edad que se aprobara esa ley les cambió la vida», confirma.

Aunque la ley del matrimonio igualitario sea un paso para la comunidad LGTBI, queda avance más allá. «Siempre ha habido clases sociales», según Armenteros, con la masculina «como la más permitida», y la femenina «más apartada como una discriminación silenciosa». Son más siglas las del colectivo, y reflexiona en concreto sobre las personas trans, que la sociedad «ha patologizado», y la intersexualidad, «que también existe», entre otros. «A las personas trans les falta un poquito», reconoce también Hernández. En esa reivindicación al afecto y a las personas frente a la rueda del sistema, el presidente de la Fundación 26D sentencia: «Un jardín es más bonito cuando es más diverso».
Metodología
Se han buscado en el CIS todas aquellas encuestas con alguna de las siguientes palabras: ‘homosexual’, ‘gay’, ‘lesbiana’ (y sus palabras derivadas y plurales), más las expresiones ‘mismo sexo’, ‘matrimonio igualitario’ y ‘orientación sexual’. Se han excluido del análisis las preguntas que, referidas a la homosexualidad, mezclaban otras cuestiones (por ejemplo, motivos para «que una persona pueda pedir el divorcio» en 1979), menos en asuntos como el VIH, donde era pertinente abordar los sesgos de la pregunta. También se han eliminado aquellas que agrupaban al colectivo junto a otras minorías.
Créditos
Texto: Guillermo Villar e Iván Gelibter
Gráficos: Guillermo Villar y Sara I. Belled
Ilustración: Sara I. Belled




