Es inevitable que una mesa llena venga a la mente al pensar en lo que significan estas fechas señaladas en el calendario. Los mejores atuendos para la ocasión–mejor si son recién estrenados–, la cartera llena para tener un restaurante al que ir cada día, regalos para cada ser querido y compañía por doquier. La Navidad llega cada año con una escenografía muy concreta en la que reina la compañía. Pero, ¿qué pasa con aquellas personas que viven estas fechas en soledad?
Estos días parecen estar pensados para vivirse en plural y es cuando ese escenario no se cumple y las fechas señaladas se presentan sin plan, sin familia o sin reuniones, aparece una incomodidad difícil de explicar. Como si la soledad, en estos días, necesitara una justificación.
Durante décadas se ha asociado la Navidad a la idea de comunidad, de reencuentro y de hogar. Un relato que se refuerza a través de anuncios, imágenes en redes sociales y discursos que repiten que estas fechas son para compartir. Una narrativa que deja poco espacio para otras realidades que también existen y que, aunque menos visibles, son igual de legítimas.
La necesidad de parar
Pasar la Navidad en soledad sigue viéndose como una excepción cuando, en realidad, es una experiencia muy común. Y hay años en los que la soledad no llega por falta de vínculos, sino por agotamiento. El cansancio acumulado, los cambios vitales, los duelos o, simplemente, la necesidad de parar hacen que la idea de encuentros multitudinarios o un consumo por obligación resulte más pesada que reconfortante.
Renunciar al ruido, a las conversaciones forzadas y a cumplir con tradiciones que ya no encajan en el momento personal que se atraviesa es solo una opción más igual de válida que la concepción tradicional. Una imagen que dista mucho del dramatismo con el que suele representarse.
Muchas veces la Navidad puede ser una cena sencilla, sin horarios ni menús cerrados. Una película en el sofá, un libro empezado sin prisa o un paseo cuando las calles están casi vacías. No hay brindis ni sobremesas eternas, pero tampoco hay tristeza porque sí. A veces, la tranquilidad ocupa el lugar que otras Navidades llenaban la obligación.
La presión por vivir una Navidad ‘como toca’ convierte estas fechas en una especie de examen emocional. Todo parece tener que ser especial, emotivo y memorable. Si no lo es, surge la sensación de estar fallando a algo o a alguien. Sin embargo, no todas las Navidades tienen por qué marcarse en la memoria. Algunas simplemente pasan como una fecha más.
Un hogar propio desde el colectivo
Dentro del colectivo LGTBIQ+, esta experiencia tiene además matices propios. Hay personas que pasan estas fechas lejos de sus familias, quienes han tenido que construir su propio concepto de hogar o quienes prefieren evitar entornos que no siempre resultan seguros. En ese contexto, la soledad no es sinónimo de abandono, sino de protección porque elegirse a una misma en estas fechas también es una forma de cuidarse.
Pasar la Navidad sola no implica estar incompleta ni quedarse al margen de nada. No es llegar tarde ni vivir a destiempo. Es, simplemente, otra manera de habitar unas fechas que no siempre se sienten igual para todo el mundo. Y asumirlo, sin culpa ni explicaciones, también forma parte de disfrutar del final de año y empezar el siguiente por todo lo alto.





