Hubo un momento, no hace tantos años, en el que al entrar a una librería casi había que abrirse paso entre el enorme número de libros queer popularísimos que atestaban las estanterías. Entre 2016 y 2020 coincidieron en las mesas de novedades obras como ‘Hearstopper’, ‘Yo, Simon, homo sapiens’, ‘Rojo, blanco y sangre azul’, ‘Tan poca vida’ o ‘Las malas’; éxitos editoriales que lanzaron al estrellato a sus autoras, sanearon las cuentas de sus editoriales y se hicieron tan populares que, en casi todos los casos, dieron el salto a la pantalla. La sensación que invadió al público lector queer fue la de conquista: por fin, después de tantos años, los personajes como nosotros protagonizaban las obras que copaban las listas de los libros más vendidos. Pero, entonces, llegó la pandemia y todo cambió. Cuando quisimos reincorporarnos al mundo, de repente, esa omnipresencia literaria queer había empezado a disminuir hasta quedar, casi, en algo testimonial. Nos reunimos con varios profesionales del mundo editorial para analizar esta sensación de conquista y pérdida.
«Mi editora me llamó para decirme que habían decidido que la relación de mi novela debía ser heterosexual y no LGBT ‘para que fuese más comercial’ y porque ‘ya había otros personajes LGBT’. Intenté pelearlo de todas las maneras que supe, pero con un contrato ya firmado y pensando que aquella sería mi gran oportunidad, acabé cediendo», cuenta Andrea Tomé (Ferrol, 1994) rememorando unas vivencias que, hace unos meses, levantaron una verdadera polvareda en redes sociales.
Tomé reside en Londres, donde se dedica a jornada completa al mundo del libro: por las mañanas es comercial de una editorial; por las tardes, escribe. Más de quince novelas tiene en el mercado esta filóloga enamorada de la ficción histórica que considera que la investigación y la adecuación de los personajes al contexto de la época histórica a la que pertenecen son esenciales para crear, también, historias queer verosímiles que, en su caso, dependiendo del título, tienen lugar entre el siglo XVII (‘Las diurnas’) y el siglo XX (‘Tinta y ceniza’ o ‘Las vidas robadas’).
Afortunadamente, otros autores han tenido experiencias recientes más positivas en cuanto a la representación LGTBIQ+ en sus libros. Cristian Martín (Barcelona, 1994), en pleno proceso de promoción de su última novela (‘Amor a última vista’; Newton Compton, 2025), cuenta: «En mi caso, no he tenido ningún problema en cuanto a la trama de mis libros; todo lo contrario. ‘Solíamos nosotros’ ganó la VII edición del Premio Literario La Caixa/Plataforma con una protagonista bisexual; y en ‘Amor a última vista’ los editores de Newton Compton me animaron a profundizar y alargar la subtrama de Salva y Diego, en la que la homofobia familiar está muy presente. Supongo que he tenido suerte porque nunca me he encontrado dentro de ese escenario». Él también combina su labor como escritor con su trabajo en el mundo editorial. A pesar de no haber tenido nunca problemas con la orientación de buena parte de los personajes que protagonizan sus libros, al hablar de representación queer sí reconoce que «hay productos literarios o audiovisuales que llegan a todo el público, y otros que solo llegan a una parte» y que, a menudo, «las obras queer acaban siendo un comodín para los artículos y recomendaciones del mes del Orgullo, y ya, con suerte, durante el resto del año simplemente existen».
Esta especie de ‘pinkwashing’ que la industria editorial abraza cada junio es una de las cosas que más enfadan a Fran Torres (Almería, 1995), un ‘bookfluencer’ conocido en redes (@FranTargaryen) especializado en libros de fantasía y romance contemporáneo. «En junio sí que existimos: todo se llena de arcoíris y todo el mundo se preocupa muchísimo por hacernos visibles, ¿pero qué pasa el resto del año?».

Con respecto a este asunto, desde el otro del espejo de la industria nos habla la editora de un sello juvenil que prefiere mantener su anonimato. «Durante el mes del Orgullo, en los posts de recomendaciones siempre nos etiquetan en comentarios de que deberíamos publicar más libros queer… Pero, cuando lo hacemos, las compras del público no acompañan ese entusiasmo reivindicativo. Las ventas, tristemente, son las que son». Esta editora, que ha trabajado en varios sellos juveniles muy conocidos, nos asegura que la disminución del número de títulos LGTBIQ+ publicados «se debe principalmente a la reducción de ventas… Muchas veces nos llegan obras que nos encantaría publicar, pero cuando las bajamos a la realidad vemos que no podemos permitírnoslo. Las ventas de libros similares son escasas, irrisorias; partimos entonces de una base que no nos permite defender el libro ante los comerciales o el equipo de marketing. Si el proyecto nace muerto, ya no merece la pena publicarlo».
Sin embargo, Fran Torres considera que son muchos los libros que nacen muertos y que, al final, los que se sacrifican son siempre los que tienen representaciones de comunidades minoritarias: «No les interesa desembolsar un dineral (compra de derechos, traducción, impresión, diseño…) para luego no recuperar lo invertido. Es triste, pero, al final, somos números. Así es como nos ven. ¿Pero de quién es la culpa? Se publican tantas novedades al mes que algunas nacen muertas, sí, pero ¿por qué se permite que nazcan muertos libros protagonizados por heterosexuales, pero, si los protagonistas son del colectivo, de repente sí que importan las cifras?».

Al ser preguntada por la causa de las bajas ventas de este tipo de literatura, nuestra editora anónima nos responde que: «Otras modas han acaparado la atención del público, que es mayoritariamente cisheterosexual. Y aunque la mayoría no es la norma, sí que gana en los números». Como se venden menos historias queer, se publican menos; y en esta pescadilla que se muerde la cola, quien sale peor parada es la visibilidad del colectivo. «Tuvimos a lo sumo dos o tres años (…) en los que se hizo un esfuerzo consciente por publicar novelas LGBT de autores LGBT, por intentar que realidades históricamente excluidas se representasen en la ficción», recuerda Andrea Tomé. Reflexionando sobre lo que el boom del que hablábamos al principio supuso en el mercado, la gallega afincada en Londres añade: «Solo se nos presta verdaderamente atención cuando existe un fenómeno de masas, como pasó con ‘Yo, Simon, homo sapiens’ primero y ‘Heartstopper’ después. Pero cuesta mucho que se preste atención a manifestaciones culturales LGBT cuando estas están dirigidas a un público queer. Parece que solo quieren impulsarse historias cuyo mensaje no va dirigido a la persona que explora su sexualidad, sino a los aliados, familiares y amigos cishetero».
Resulta curioso que un fenómeno tan blanco como ‘Heartstopper’, que despierta tanto cariño en el público generalista, provoque ciertas suspicacias entre los creadores queer. Da la sensación de que su impacto fue tan grande que su sombra está siendo demasiado alargada y de que, de alguna forma, su discurso descafeinado y algo cursi (que está dirigido a un público adolescente) esté eclipsando otras formas literarias de ser queer. Esto es lo que opina el autor Fran Torres: «Fue un fenómeno viral que no supimos aprovechar para dar a conocer otras maneras de narrarnos… Y ya vale con esa moda de publicitar todos los romances entre dos hombres como ‘el nuevo Heartstopper’. Los maricones existimos más allá de esta historia. Siento que se ha prostituido el amor de Nick y Charlie, que tanto significó a la hora de hablar de autodescubrimiento, salud mental y diversidad». Andrea Tomé añade: «No necesitamos un ‘Hearstopper español’, un ‘Heartstopper sports romance’, un ‘Hearstopper romantasy’… Necesitamos que se nos vuelvan a dar oportunidades a autores LGBT con novelas LGBT».

El clima sociopolítico mundial no parece acompañar este ruego de la escritora ferrolana. «En Estados Unidos se está persiguiendo todo lo que huela a queer. Y buena parte de lo que se publica aquí viene de allí», reflexiona el ‘bookfluencer’, a lo que Andrea Tomé añade que «se está intentando tildar de libertad de expresión el reproducir discursos de odio y se está volviendo a defender la homofobia bajo la consigna de ‘defender las familias tradicionales’. Hace falta mucha movilización y mucha solidaridad entre grupos para detener a los fascismos que se nos están echando encima».
Y esto no es una percepción unilateral por parte de muchos trabajadores queer de la industria editorial, es un hecho. «Cada vez son más los centros escolares de Reino Unido que eliminan los libros con historias LGBTQ+ debido a las quejas de las familias», se explicaba en una noticia publicada por Euronews en la que se daba un dato escalofriante: en más de la mitad de las bibliotecas inglesas encuestadas hubo peticiones de eliminación de este tipo de literatura. Y la persecución no se está cebando solo con estas publicaciones, también alcanza a quienes, cumpliendo con su deber, las defienden: el artículo deja claro que son muchas las bibliotecarias que sintieron que podrían perder sus trabajos si no atendían esas quejas.
Para ser testigos de estos intentos de censura que atentan contra nuestra dignidad y nuestra libertad de expresión no hay que irse tan lejos: En Borriana, Alicante, el concejal de cultura (Vox) trató de imposibilitar el acceso a libros tan subversivos y peligrosos como ‘Kike y las barbies’ o ‘La niña que tenía dos papás’ por considerarlos «pornográficos». Poco después de aquel incidente que acaparó titulares en todo el mundo, este mismo equipo de gobierno abrió un expediente disciplinario al bibliotecario que denunció que se le había impedido sumar al catálogo audiovisual de su biblioteca películas como ‘Barbie’ o ‘20.000 especies de abejas’. En Castelló de la Plana, Castelló, la jueza admitió una demanda de Abogados Cristianos e impuso la medida cautelarísima de retirar los 31 libros sobre diversidad sexoafectiva y feminismo que el ayuntamiento iba a repartir entre sus centros educativos: entre ellos, un poemario de Gata Cattana, ‘Libérate’ de Valeria Vegas o ‘Cómo superar un bollodrama’ de Paula Alcaide.
Contra este clima sociopolítico y económico que parece querer silenciarnos y devolvernos al armario, solo hay algo que, como comunidad, podemos hacer: no dar ni un paso atrás. Denunciar en público cualquier abuso, defender la literatura que nos retrata, promocionar a les artistas que se arriesgan a mostrar nuestras historias y consumir productos culturales queer es hacer comunidad, mantenernos visibles y defender la libertad que nos pertenece y que tanto ha costado conquistar. Nuestras historias no merecen ser encerradas en el armario, sino expuestas en las baldas de las estanterías.





