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La literatura queer y el activismo trans, de luto tras la muerte de la poeta chilena Claudia Rodríguez

A lo largo de su vida escribió poesía, creó fanzines, se entregó a la lucha social (de clase, de género), trabajó como actriz y 'performer' y fue una figura imprescindible de la resistencia y de la visibilidad trans en Chile

Comunidad Juan Naranjo
La poeta chilena Claudia Rodríguez. Adrián Freire
Comunidad Juan Naranjo

La muerte de Claudia Rodríguez supone una pérdida humana y profesional irreparable en la poesía y el activismo queer latinoamericano. A lo largo de su vida escribió poesía, creó fanzines, se entregó a la lucha social (de clase, de género), trabajó como actriz y ‘performer’ y fue una figura imprescindible de la resistencia y de la visibilidad trans en Chile. En cierto sentido, Claudia no fue solo una autora brillante: fue una forma de estar en el mundo, una voz incómoda y necesaria que escribió desde los márgenes sin pedir permiso y que acabó convirtiéndose en una luz rutilante que, al apagarse, ha dejado el mundo mucho más triste, mucho más frío.

«Mi madre ha muerto y no sé cómo sobrevivir sin ella. Su muerte me obliga a pensar en mi muerte. En las condiciones de mi muerte. Ella nos tenía a nosotras, a mi hermana y a mí para asistirla velarla y sepultarla. Yo no tengo a nadie». (Para no morir tan sola, 2022)

Su vida estuvo marcada por la violencia estructural que atraviesa a las identidades travestis en América Latina: la exclusión, la precariedad, la persecución policial, el abandono institucional… fueron su día a día durante décadas. Pero Claudia nunca convirtió ese dolor en victimismo: lo transformó en palabra, en gesto político, en una poesía radical que ella misma definió como «poesía travesti». Como sucede con los nombres más transgresores de la Historia de la Literatura, su escritura no buscaba ser aceptada por el canon, ansiaba dinamitarlo desde dentro.

«Para no morir tan sola, me hablo para verme reflejada en algo, en cosas, en banalidades, me hago bromas, me canto y pienso en ideas en las cuales nadie piensa». (Para no morir tan sola, 2022)

Desde muy joven entendió que la lucha por la identidad no podía separarse de la lucha de clases. Por eso su activismo jamás fue abstracto ni teórico: se libró en el barro, en las calles y también en las esquinas. Claudia defendió con uñas y dientes el derecho de las personas trans a acceder a la educación, a la cultura, a la universidad… porque sabía que en ese ascensor social se encontraba la llave para el fin de la exclusión.

Sin casarse nunca con nadie, denunció de forma insistente cómo incluso los espacios más progresistas reproducían exclusiones desde el momento en el que olvidaban cómo el origen y la realidad material modifican todos los aspectos del individuo. Su lucha fue siempre incómoda porque siempre fue honesta y visceral. Debido a lo mucho que la había sufrido, Rodríguez nunca romantizó la marginalidad: la señaló con rabia y lucidez, luchó contra ella.

En su voz se intuía la calle, la supervivencia, la rabia… pero también la inteligencia, la dulzura, la ternura. En su obra expuso su cuerpo, la violencia cotidiana que había recibido, el deseo que la hacía arder, la muerte que se la llevaría demasiado joven, el humor ácido que la hacía brillar y también una inteligencia afiladísima que no dejaba títere con cabeza. Su escritura era una forma de resistencia, pero también de memoria: una manera de decir, de recordarnos, que «las travestis» siempre estuvieron ahí y nunca dejarían de estarlo.

Claudia Rodríguez, poeta chilena que creó la poesía travesti. Adrián Freire

En España podemos disfrutar hoy de gran parte de ese legado literario gracias a ‘Cuerpos para odiar’, la recopilación de sus textos publicada por Editorial Barrett, con edición y prólogo de Mariana Enríquez, una autora que la admiraba porque supo reconocer en Claudia una artista fundamental, un estandarte de su tiempo.

También forma parte de la antología ‘En un mundo raro’, editada por Dos Bigotes. Su ‘Manifiesto horrorista’ es un texto que, con crudeza y pasión, despliega abiertamente su visión política y estética del mundo que la rodeaba. Más difícil de encontrar es ‘Ciencia ficción travesti’, un libro de relatos donde su imaginación desborda géneros literarios con la misma naturalidad con la que cuestionaba las fronteras del cuerpo y del género.

«Sería tan maravilloso que en el futuro fueran naciendo niñeces trans con habilidades cibernéticas que les permitieran sobrevivir protegidas de las violencias de las que nuestras generaciones fuimos víctimas, que nadie pueda decir que somo banales y frágiles, y que de a poco se vayan sorprendiendo de nuestro poder».

La muerte de Claudia Rodríguez no apaga su voz. Nos queda su obra, su lucha, su forma radical de pensar el arte y el activismo como una misma cosa. Nos queda su poesía, que no busca consuelo, sino verdad. Y nos queda la responsabilidad de leerla, nombrarla y sostener aquello por lo que peleó toda su vida: la existencia, la dignidad y la resistencia travesti.

Porque Claudia no escribió para ser eterna, pero lo será.

«Sola hablo, hago ruidos, meto bulla. Sola, hablo conmigo misma, en voz alta para escucharme, para verme reflejada, me hago bromas, me canto. Sola, me cuento cuentos, me invento discusiones, me obligó a responderme. Sola, me habló a mí misma y me repito las cosas, como para no morir tan sola»

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