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¿Por qué queremos tener ‘passing’?

Inbox Benjamín Santiago Montiel
Inbox Benjamín Santiago Montiel

Si existe una imagen extendida sobre las personas trans es que ‘queremos’ tener una apariencia concreta. Tener ‘passing’, que la percepción que tiene el resto de ti es acorde a tu género, pasar ‘desapercibides’. Que las personas desconocidas asuman nuestro género correctamente no es algo estático en el tiempo, ni lineal. Puede ser que por teléfono la voz la asocien a un género y que en persona nos asocien a otro. Buscar el reconocimiento social no solo es legítimo, sino habitual. Pero, ¿es realmente una elección querer tener ‘passing’?

Cabe preguntarnos qué hay de problemático en buscar una apariencia que te permita vivir una vida más tranquila. Quizá lo problemático no está tanto en las acciones individuales, sino en todo lo que las rodea. Aquí juegan dos conceptos clave: ‘cispassing’ (habitualmente llamado passing también) y transnormatividad. El ‘cispassing’ se utiliza para referirse a una persona trans que ‘no parece trans’ y que su expresión de género encaja con la norma cis, tal y como explica la cómica Elsa Ruiz en uno de sus vídeos de YouTube. Recordemos que las personas cis son aquellas cuya identidad de género encaja con la asignada al nacer. Por otro lado, la transnormatividad es «una ideología hegemónica que estructura la experiencia trans, su identificación y narrativas en una jerarquía de legitimidad que depende de un modelo médico y sus estándares», según asegura Austin H. Johnson, 2016 en su estudio ‘Transnormativity: A New Concept and Its Validation through Documentary Film About Transgender Men’. Estos discursos suelen venir rodeados, además, de una perspectiva binarista y obviando la existencia de las personas no binarias.
Desde su propia definición, hablar de ‘passing’ es hablar de una expectativa hacia las personas trans donde es necesario que ‘no se note’ que lo somos. Esto tiene muchos matices, muchas lecturas y, sobre todo, mucho trasfondo.

Por un lado, el propio sistema médico y legal nos ha guiado en ese camino desde los primeros avances en derechos trans. En 1999 se incluyeron en la cartilla sanitaria pública de Andalucía los tratamientos a personas trans. Tratamientos que, en última instancia, llevan a ese ‘ansiado’ ‘passing’. La Ley de 2007 que regulaba el cambio de sexo legal en España imponía una hormonación de 2 años (o, en su defecto, haberse sometido a alguna operación relacionada con la transición) para conseguir documentación acorde a tu identidad. Incluso con la aprobación en 2023 de la llamada Ley Trans Estatal, algunos sectores criticaban que se pudiese modificar el sexo legal sin requisitos más allá de declarar tener una identidad de género determinada. En el imaginario colectivo una persona trans es una persona que busca tener una apariencia determinada, pero las autoridades tampoco nos han dado otra opción. Según los indicadores del Trans Rigths Map 2025, un informe de la organización Transgender Europe que analiza la situación de los derechos trans en Europa y parte de Asia, 20 de 54 países estudiados tienen requisitos médicos abusivos para acceder al reconocimiento legal del género. Entre estos requisitos se incluyen, dependiendo del país, un diagnóstico de salud mental, intervenciones médicas y/o quirúrgicas e incluso la esterilización. Este último requisito lo exigen 11 países.

¿Existe la libre elección sobre el cuerpo cuando tu país te está obligando a cambiarlo para ser reconocide?

Por otro lado, está la motivación social. Ser percibide como persona trans es habitualmente sinónimo de violencia. No siempre. No en todos los espacios, pero sí en muchos. La gente reacciona con rechazo a aquello que le incomoda, y las personas trans incomodamos. Cuando se habla de los tratamientos a las personas trans, lo fácil es reaccionar sin tener en cuenta esta visión. Tener ‘passing’ muchas veces es lo que permite que el día a día sea tranquilo. Pero hablar de violencia no incluye solo la agresión directa o la agresión física, que es la que suele venirnos a la cabeza. Según un informe de FELGTBI+ junto con el Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030, la tasa de desempleo de las personas trans, en 2019, fue del 22,9% y un 33% en el caso de las mujeres trans. Ese mismo año, el desempleo en España fue del 13,8%. Además, el informe da otros datos como la discriminación en el trabajo (42%) o no visibilizarse en el trabajo por miedo a la discriminación (58%). El ‘passing’ se convierte aquí en una estrategia de supervivencia, cuando es posible. Cuando se habla de la hormonación, operaciones y cualquier tipo de intervención de «afirmación de género», se suele poner el foco en cómo no debería ser necesario hacerlo. Y es cierto, no debería serlo. Debería existir una autonomía corporal real en la que las personas puedan decidir qué quieren o no quieren hacer con su cuerpo. No deberíamos conformarnos con las migajas, con pasar la vida ocultando quienes somos. Pero, cuando la violencia física, económica y social es la alternativa, ¿realmente hay elección? ¿Es justo poner el foco en lo que hacemos o dejamos de hacer con nuestros cuerpos cuando son agentes externos quienes nos agreden? ¿Qué ocurre con todas las personas para las que la modificación corporal, por elección propia o por imposibilidad, no es una opción? ¿Qué precio pagamos por ocultar quienes somos?

Lejos de ser algo por lo que cuestionar a quien toma unas decisiones u otras, lo que queda es reflexionar. Sobre cómo de injusto es que no podamos tomar decisiones realmente libres sobre nuestro cuerpo. O lo injusto de que los cuerpos disidentes sean quienes reciban ataques. O lo injusto de que se nos cuestione hagamos lo que hagamos con nuestras vivencias del cuerpo y del género.

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