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Montgomery Clift

Montgomery Clift: La estrella que murió dos veces

El actor, fallecido hace ya sesenta años, fue uno de los tres artistas que, junto a Marlon Brando y James Dean, cambiaron la forma de entender la interpretación

Stories Iván Gelibter
Stories Iván Gelibter

El 12 de mayo de 1956 fue el día en el que Montgomery Clift perdió la vida por primera vez. Un terrible accidente de coche le destrozó la cara y el cuerpo, y solo la iniciativa, la astucia y la valentía de Elizabeth Taylor permitieron que el actor tuviera —al contrario que
su amigo James Dean un año antes— una prórroga vital de una década. El 23 de julio de 1966 fue la segunda vez que la estrella de Hollywood murió; esta vez debido a las complicaciones de salud derivadas de los excesos del alcohol y de las pastillas, cuyo consumo había multiplicado tras el accidente. Esa misma noche, su último novio le recordó que emitían en la televisión ‘Vidas rebeldes’, el ‘western’ crepuscular de John Huston en el que el actor compartía escena con Marilyn Monroe y Clark Gable justo antes de que ambos intérpretes murieran. «No, en absoluto quiero verla», le contestó Clift antes de meterse en la cama para no levantarse jamás.

Eclipsado por el mito de James Dean y la pasión de Marlon Brando, Hollywood —y el resto del mundo— conmemorará en unos meses el 60 aniversario del fallecimiento de Monty Clift, un actor que junto a sus dos compañeros reinventó la forma de actuar en una industria acostumbrada a hombres rudos que solucionaban sus problemas con las mujeres a golpe de tortazo, y las disputas con sus iguales vaciando el cargador de sus pistolas. Con ellos llegaron los hombres sensibles —casi deconstruidos— que se permitieron el lujo de llorar por primera vez frente a las cámaras.

El aterrizaje de Clift en Hollywood con un proyecto como ‘Río Rojo’ de Howard Hawks fue la primera muestra de que algo estaba cambiando. Su éxito en Broadway permitió que el joven nacido en Nebraska rompiera la primera regla de la industria: se negó a firmar un contrato de larga duración con alguna ‘major’, lo que abrió la puerta a que otros como él a partir de entonces rechazaran estas condiciones leoninas, lo que eventualmente dio carpetazo a unas esclavizantes ruedas de molino para los intérpretes. El rodaje, en el que compartía protagonismo con el mismísimo John Wayne, fue un horror por culpa de la relación entre ambos. El ‘Duque’ consideraba a Clift un niñato soberbio, mientras que Monty aborrecía las borracheras y las partidas de cartas que organizaba el actor a menudo.

En ese mismo año —1948— Montgomery Clift rodó ‘Los ángeles perdidos’, película que le permitió obtener su primera candidatura a un Oscar que nunca en su vida recibió. Aun así, el primer gran éxito comercial llegó con ‘La heredera’, uno de los mejores melodramas de la historia; un filme que sirvió para que el intérprete mostrara en todo su esplendor esta nueva forma de actuar en la que la sensibilidad y la melancolía eran sus señas de identidad. Tanto él como los propios Dean y Brando eran seguidores del método Stanislavski, una manera de entender el oficio en el que los actores se fusionaban con el rol para darle más profundidad.

Liz y Monty

Clift no quedó satisfecho con William Wyler tras el resultado de ‘La heredera’, ya que sostenía que el director había favorecido a Olivia de Havilland, que firmó uno de los mejores (si no el mejor) papel femenino de toda la historia del cine. Para el actor, el punto de inflexión tanto en lo profesional como en lo personal llegaría en 1951 con ‘Un lugar en el sol’, de George Stevens, en la que compartió escena por primera vez con Elizabeth Taylor. Ambos se hicieron amigos rápidamente, una relación que muchos quisieron ver erróneamente como de amor romántico, y que duró hasta la muerte del actor quince años más tarde.

Aquellos tiempos fueron los más prolíficos para Montgomery Clift. Rodó con Alfred Hitchcock la recordada ‘Yo confieso’ después de que James Stewart y Cary Grant rechazaran el papel por considerarlo demasiado polémico. Aunque el realizador británico acabó el rodaje irritado con él (odiaba a los actores del método), el trabajo de Clift en este filme fue uno de los mejores de su carrera. En ese tiempo protagonizó con Vittorio De Sica ‘Estación Termini’, así como el icónico rol de Robert E. Lee Prewitt en ‘De aquí a la eternidad’, para el que aprendió a boxear.

En ‘Vidas rebeldes’ (1961) sus tres protagonistas vivían, sin saberlo, su ocaso vital.

Ya entonces, Monty Clift acumulaba problemas con el alcohol y las pastillas, aunque nada comparable con lo que sucedió a partir de aquella fatídica noche de mayo de 1956. La estrella de Hollywood había pasado la velada en casa de su amiga Liz Taylor, y al marcharse su coche se estampó contra un poste de teléfono nada más salir de la propiedad. La actriz (que menos de un año antes había enterrado a su amigo James Dean por otro accidente de coche) se subió al amasijo de hierros en el que se había convertido el vehículo en el que agonizaba Clift, introdujo su mano en la garganta y le sacó dos dientes que le estaban ahogando. A continuación, se giró hacia los fotógrafos que ya habían llegado a la escena y les amenazó para que no publicaran el material. Esas fotos jamás vieron la luz.

El terrible suceso tuvo lugar en mitad del rodaje de ‘El árbol de la vida’, película en la que —de nuevo— Taylor y Clift compartían protagonismo. El accidente destrozó al actor en todos los sentidos. A pesar de las cirugías, sufrió la inmovilización de la mitad de la cara, así como dolores crónicos que le acompañarían el resto de su vida. Tras varios meses en recuperación cuidado y protegido por su amiga, Monty pudo terminar el rodaje de una película que sería un éxito en taquilla ante el morbo de ver «el nuevo rostro» del actor. Ni los dobles ni la cuidada fotografía evitaron que la diferencia entre el antes y el después fuera más que evidente.

El accidente de coche de 1956 le destrozó el rostro y el alma, pero a cambio ofreció al mundo alguno de los mejores papeles de su carrera

El suicidio más largo

Desde el accidente en adelante, la carrera y la vida de Clift tomaron rumbos completamente diferentes. Como intérprete, esos diez años de vida extra le permitieron rodar grandes papeles, algunos de los mejores de su vida. Pero en lo personal, cayó en un profundo agujero negro de excesos que justificaba —y seguramente con razón— con el argumento de la contención del dolor físico.

Uno de los que mejor definió aquel periodo fue su profesor de teatro Robert Lewis, que dijo aquello de que la vida de Clift desde el accidente hasta su muerte había sido el «suicidio más largo en la historia de Hollywood». De esos años destacan películas como ‘De repente, el último verano’, el filme de Joseph Mankiewicz en el que de nuevo compartía escenas con Liz Taylor. El director, hastiado de la actitud del actor (al que le costaba recordar las frases), quiso sustituirlo, pero tanto Taylor como su otra compañera, Katharine Hepburn, se negaron de forma rotunda. Aunque evitaron el despido, Mankiewicz le trató muy mal durante todo el rodaje, razón por la que Hepburn, al acabarlo, le escupió en la cara.

‘De repente, el último verano’ (1959) con la Hepburn.

Pero aún le quedaban a Montgomery Clift un par de momentos dignos de la
estrella que era. Por ‘Vencedores o vencidos’ (1961) obtuvo su última nominación al Oscar, aunque su papel de apenas siete minutos no tenía nada que ver con lo que se había escrito para él. Ante la imposibilidad de memorizarlo, Stanley Kramer le pidió que dijera cualquier
cosa. El resultado fue algo tan genial como inesperado, porque el rol que tenía que interpretar era el de un hombre destrozado por la tortura, algo que se podía apreciar en su rostro.

El último filme de Clift fue ‘Freud, pasión secreta’, pero el canto del cisne ocurrió en 1961 con la excelente ‘Vidas rebeldes’. Clark Gable murió tras acabar el rodaje, y Marilyn Monroe unos meses después. En realidad, la película de Huston fue la despedida de tres
iconos maltratados por la vida, el alcohol y las pastillas. Pero así les tocó vivir, como Perce, el personaje de Monty en la película más melancólica que se haya rodado jamás. Él lo deja todo dicho con una frase: «Oye, entra y tráeme una botella de whisky para mantenerme preparado para el rodeo». Y los rodeos, ya se sabe, son tan cortos como intensos.

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